Mi anécdota en el Centro Nacional de las Artes (CNA)
A propósito de los comentarios del Dr. Cáustico, en los que menciona que la Megabiblioteca inaugurada por el PresiChente es un Elefante Blanco debido a los muy bajos niveles de lectura que tenemos en el país, a mi me gustaría recordar una anécdota vinculada con este tema de los Megaproyectos que construyen los políticos con dinero de nuestros impuestos y que, como este caso, a la larga no sirven para nada.
Todo ocurrió (Homero Simpson dixit) en el lejano año de 1994 cuando recién se inauguró el Centro Nacional de las Artes allá por Churubusco y Tlalpan. Era una de las magnas obras con la que el recordadísimo Carlos Salinas de Gortari concluía su sexenio que desembocó en una crisis que todavía no terminamos de digerir (por lo menos los que éramos jóvenes en esa época). A mi me gustaba mucho lo que tenía que ver con la computación y quería hacer mi tesis acerca de lo que era Multimedia, Internet y Realidad Virtual. Sí chamacones y chamaconas, en el lejano 1994 de Internet sólo sabíamos algunos y se requerían conocimientos en Unix para acceder a muchos de los recursos de la red (esto nunca supe si era realidad pues Mosaic apenas iniciaba y era la culminación de un proyecto conocido como World Wide Web, que es en lo que están leyendo en la actualidad esta tontería).
Para no hacer el choro largo, un ingeniero que se las daba de muy acá, me dijo que él había sido uno de los promotores del proyecto del Centro de Cómputo y Arte Virtual del CNA y que ahí tenían una biblioteca bastante grande acerca de estas nuevas tecnologías que según un profesor mío “iban a ser una bomba en cuestión de la comunicación, así que te conviene hacer una tesis sobre eso”. Me dirigí al Centro en cuestión con un nombre que el ingeniero en cuestión me había proporcionado y al llegar las máquinas que usaban ahí eran unas Silicon Graphics de “no mames...!”. No sé cuánto se gastarían en ese Centro de Cómputo, pero puedo asegurarles que la tecnología de ese entonces llegaba a los millones de pesos. Bueno, el chico que me atendió en un principio me dijo que con mucho gusto me ayudaba a buscar información para mi tesis e inclusive me mostró todo el equipo que para mí era como de ciencia ficción. Aún así noté una actitud nerviosa en el bato, como si no quisiera que nadie se enterara de lo ahí se hacía, como una especie de ansiedad que manifiesta una persona cuando ve que otra muestra un interés desmedido. No entendí la razón de su nerviosismo porque en primera yo no era ni programador, ni diseñador gráfico, industrial ni cosa que se le pareciese, entonces quitarle su “hueso” (puesto de trabajo) digamos que no era mi intención. Estaba interesado en la biblioteca que según pude ver tenía muy buenos títulos en inglés y, como no había Internet, ni Wikipedia, ni ni madres, uno tenía que: 1.- Buscar bibliografía a como diera lugar o, 2.- Comprarla en American Bookstore.
Cuando volví a la semana siguiente me encuentro con que la encargada de la biblioteca me dice que “no se permitía el acceso a la biblioteca a nadie hasta nuevo aviso, así fuera estudiante, profesor, etcétera”; le dije que yo comenzaba a escribir sobre Realidad Virtual en el periódico El Financiero y nada: “no importa, nadie tiene acceso a estos materiales”.
Eso me desilusionó y encabronó. ¿Si se supone que el CNA había sido creado para que “el pueblo tuviera acceso a las artes” porque se negaba la entrada a ese recinto en particular, al Centro de Arte Virtual o como cojones se llamara?
También noté el acento marcadamente “fresa” tanto del fulanito “artista virtual” como de la encargada de la biblioteca, lo que levantó muchas suspicacias. Justo en este mismo tiempo, un cuate muy letrado en el tema del impacto de las nuevas tecnologías sobre la gente presagiaba que ese tipo de tecnología primero sería adoptada por gente de gran poder económico para paulatinamente ir bajando a las esferas más bajas de la escalera social: “¿o acaso ven algún niño negro en esta ponencia, todos los que juegan con computadoras son blancos?”, dijo el conferencista en aquella ocasión.
Luego entonces pensé para mí mismo: “estos pinches fresas ya se apoderaron de ese coto y hueso a la vez que es ese centro de cómputo y han creado una especie de cofradía donde sólo muy pocos tienen acceso”. Eso fue obvio.
Desde luego, compré mis libros porque no me quedaba de otra y gracias a que fui reportero de la fuente mucho tiempo (de tecnologías de información como pomposamente se llamaban en aquellos años) pude hacer mi tesis.
Ya no supe que pasó con aquel famoso Centro de Arte Virtual. Supongo que como muchas otras pendejadas que se inventan quienes se gastan el presupuesto gubernamental ha pasado al cuaderno de las “brillantes ideas” (creo que en la actualidad se llama Centro Multimedia y aún así, estoy seguro que cualquier ya puede crear animaciones desde su computadora casera). Pero si quedó la desazón de que con el dinero que se gastaron unos cuantos niños fresas en sus juguetitos cibernéticos se pudieron haber hecho muchísimas cosas. ¿O alguien observó alguna vez “Arte Virtual”, una exposición o algo que quedará en la memoria colectiva?
Tampoco sé que se haga en el CNA y la verdad me vale madres...quizás por ahí alguien pueda decirme o hasta reclamar que hay cursos de ballet, pintura y la chingada, pero por lo menos a mi o a alguien de mi familia o de mis conocidos no nos ha traído ningún beneficio esa “magna obra” del sexenio salinista.