La libertad
No cabe duda que en el mundo en que nos tocó vivir estamos más encadenados a las cuestiones que están afuera de nosotros que el hombre de la antigüedad. Por lo menos Espartaco peleaba por quitarse los grilletes de encima, porque el corazón de muchos de esos esclavos estaba puesto en regresar a sus hogares, de la tierra de donde habían sido arrancados por las garras del Imperio Romano, pero esos hombres eran libres porque soñaban. El hombre actual ha perdido la capacidad de soñar. Sueña, pero sus sueños son de un terror capitalista, mezquino y pragmático al que lo ha llevado la sociedad actual. Ya no sueña con regresar a casa, porque su casa está plantada en un solo lugar, a pocos minutos (u horas) del lugar de trabajo, y ahora vive encadenado a sus pasiones, a sus vicios (porque vicio es comprar sin límites, vicio es la capacidad de tener dinero, una tarjeta de crédito, aglutinar viajes, etcétera), a la ropa o al perfume de moda.
Ha perdido la capacidad que tenían todavía hasta mediados del siglo pasado, los encerrados en los campos de concentración de la Alemania Nazi o los gulags soviéticos. Aquellos prisioneros que veían la llegada de la primavera bajo el símbolo de una pequeña mariposa, ¿cuántos de ellos envidiarían a la mariposa volar bajo los auspicios de la libertad? Hoy la libertad está basada en los bienes económicos, nos mantenemos esclavizados a un trabajo por el miedo a quedarnos sin un centavo en la bolsa y por la falta de valentía de empezar de nuevo, una y otra vez. Bien decía el androide de la película Blade Runner estelarizada por Harrison Ford, “aquel que tiene miedo no ha dejado en el fondo de ser una esclavo”.
Es posible que el miedo a lo desconocido nos siga manteniendo como esclavos de nuestras propias pasiones, del miedo que tenemos a la libertad en palabras de Erich Fromm. Cuando nos deshagamos de esos miedos, es el día que empezaremos a ser humanos y no máquinas autómatas al servicio de los más poderosos.