El calor
Quien viaje más allá de los estados del centro de nuestra República Bananera, mejor conocida como Estados Unidos Mexicanos, podrá percibir que sol es un producto que deberíamos exportar a raudales. El calor en casi todo el país es hostil, cagante, furioso, seco, húmedo si vives en las costas y abominable. Algún experto en temas de ciencia y tecnología me dijo alguna vez que el cerebro trabaja mejor a los 18 grados centigrados. Quién sabe si esto sea cierto. Pero lo que sí puedo asegurar es que aquél que vive en una zona donde el calor reina todo el año debe ser condecorado con la Cruz de Hierro y el Corazón Púrpura.
El calor simple y sencillamente es parte de lo mexicano. No obstante, los aztecas y otras tribus de Mesoamérica y hasta las tribus de Norteamérica le rendían tributo. Supongo que los cherookes, los olmecas, los navajos, los mayas y los apaches le decían en esos rituales al Astro Güero: “ya bájale de espuma a tu chocolate cabrón”.
En mi tierra teníamos un dicho, que ahí las nubes se salían a hacer pendejas. Y recuerdo bien mi adolescencia, porque de niño la verdad te vale madres si hace calor o no ya que como morrillo basta con que te comiences a aventar agua a lo cabrón con los otros mocosos para no sentirlo, cuando nos subíamos al techo de la casa a dormir porque el sol había dejado tan calientes los tabiques de la casa que prácticamente la convertía en un horno.
Acabo de estar en una ciudad cuyo nombre no mencionaré, so pena de hacerme acreedor por gente orgullosa de su terruño a una serie de mentadas de madre, pero esos 22 días fueron de infierno absoluto, metafórica y concretamente hablando. El calor forma parte de la vida diaria de ese pedazo de tierra. La gente prácticamente sale de noche, ya cuando el inclemente sol se apiada de los seres humanos y se mete. Recuerdo bien las escenas del súpermercado, donde las amas de casa se quedaban en la zona de lácteos y cárnicos con tal de recibir un poco la refrigeración que les permitiera cerrar los poros de sus manchadas caras. Algunas días llovió, pero eso no hizo más que apretar el calor y permitir que hordas de mosquitos, grillos y otros bichos salieran a despedazar lo que se les pusiera enfrente. Sí, habrá quien me diga que en esas ciudades han vencido al desierto o las costas, da lo mismo. Cosa similar hicieron los israelíes, los australianos y ahora hasta los chinos (sí, los chinitos andan construyendo mamada y media en la parte norte de su país donde hay desierto), pero lo que si puedo decir es que aguantar todos los días el calor está cabrón. Así que si algún día regreso a mi terruño lo primero que me voy a comprar no va a ser ni una TV, ni un DVD, ni computadora, ni ropa ni autmóvil sino un pinche cooler o un aire acondicionado.
Quien viaje más allá de los estados del centro de nuestra República Bananera, mejor conocida como Estados Unidos Mexicanos, podrá percibir que sol es un producto que deberíamos exportar a raudales. El calor en casi todo el país es hostil, cagante, furioso, seco, húmedo si vives en las costas y abominable. Algún experto en temas de ciencia y tecnología me dijo alguna vez que el cerebro trabaja mejor a los 18 grados centigrados. Quién sabe si esto sea cierto. Pero lo que sí puedo asegurar es que aquél que vive en una zona donde el calor reina todo el año debe ser condecorado con la Cruz de Hierro y el Corazón Púrpura.
El calor simple y sencillamente es parte de lo mexicano. No obstante, los aztecas y otras tribus de Mesoamérica y hasta las tribus de Norteamérica le rendían tributo. Supongo que los cherookes, los olmecas, los navajos, los mayas y los apaches le decían en esos rituales al Astro Güero: “ya bájale de espuma a tu chocolate cabrón”.
En mi tierra teníamos un dicho, que ahí las nubes se salían a hacer pendejas. Y recuerdo bien mi adolescencia, porque de niño la verdad te vale madres si hace calor o no ya que como morrillo basta con que te comiences a aventar agua a lo cabrón con los otros mocosos para no sentirlo, cuando nos subíamos al techo de la casa a dormir porque el sol había dejado tan calientes los tabiques de la casa que prácticamente la convertía en un horno.
Acabo de estar en una ciudad cuyo nombre no mencionaré, so pena de hacerme acreedor por gente orgullosa de su terruño a una serie de mentadas de madre, pero esos 22 días fueron de infierno absoluto, metafórica y concretamente hablando. El calor forma parte de la vida diaria de ese pedazo de tierra. La gente prácticamente sale de noche, ya cuando el inclemente sol se apiada de los seres humanos y se mete. Recuerdo bien las escenas del súpermercado, donde las amas de casa se quedaban en la zona de lácteos y cárnicos con tal de recibir un poco la refrigeración que les permitiera cerrar los poros de sus manchadas caras. Algunas días llovió, pero eso no hizo más que apretar el calor y permitir que hordas de mosquitos, grillos y otros bichos salieran a despedazar lo que se les pusiera enfrente. Sí, habrá quien me diga que en esas ciudades han vencido al desierto o las costas, da lo mismo. Cosa similar hicieron los israelíes, los australianos y ahora hasta los chinos (sí, los chinitos andan construyendo mamada y media en la parte norte de su país donde hay desierto), pero lo que si puedo decir es que aguantar todos los días el calor está cabrón. Así que si algún día regreso a mi terruño lo primero que me voy a comprar no va a ser ni una TV, ni un DVD, ni computadora, ni ropa ni autmóvil sino un pinche cooler o un aire acondicionado.