martes, julio 19, 2005

Los hombres no cantamos mal las rancheras...

Yo le doy la razón a las mujeres cuando dicen que somos unos jijos del maíz...muchos de nosotros también tenemos fallas y errores en nuestra personalidad...por ejemplo...yo nunca he comprendido por qué de adolescentes somos tan crueles con nuestros amigos...sobre todo cuando estamos en pequeños grupos...mientras más ácidas sean las críticas mejor nos ganamos el reconocimiento de "la banda"...entre hombres somos unos payasos, cretinos y hablamos de temas que creemos dominar...en realidad sabemos que hay una rivalidad encubierta y queremos ganarle al otro ya sea mostrando nuestros conocimientos en política, fútbol o mujeres o jugando a las cartas y al dominó...es como una guerra de penes pero mostrando caballerosidad...a como dé lugar queremos hacerle saber a los otros que somos los Reyes del Mundo, que si el otro tiene un mejor sueldo y puesto que el de uno tiene problemas con su esposa y la engaña, es borracho y su hija es teibolera...o Gutierritos, el del almacén que tiene sueños con los calendarios de las revistas para caballeros colgadas en la pared...y un montón de etcéteras...al final los hombres también nos criticamos unos a otros, quizás no tan notorio como las mujeres, pero es crítica al fin y al cabo...

Ahora que viene la época de elecciones hay que fijarse bien en los mensajes de los candidatos...puedo apostar que el 50% de su propaganda se va en descalificar al otro...en el mundo de los negocios tirarle con todo a la competencia es un acto de caballeros...no hablaré de las guerras, muestra de la insensatez a la que pueden llegar incluso los hombres más letrados...

En el fondo todos los hombres tenemos esa ansía de poder...de codicia...de dominar al otro o a los otros...desde la época de las cavernas competimos con otros hombres por la comida, el espacio y nuestra tribu...por eso nunca podremos estar en paz con nosotros mismos...


Cualquier hombre que intente ser bueno todo el tiempo terminará yendo a la ruina entre la gran cantidad de hombres que no lo son. Por lo tanto, un príncipe que quiera conservar su autoridad deberá aprender a no ser bueno y usar ese conocimiento, o prescindir de su uso, según las necesidades que se presenten.

El Príncipe, Nicolás Maquiavelo, 1469-1527