miércoles, diciembre 20, 2006

De museos e intervenciones

El otro día tuve oportunidad de visitar el Museo Nacional de las Intervenciones y quisiera relatar que fue una decepción muy grande. No sé si el Gobierno Federal o el Instituto Nacional de Historia le aporten grandes recursos, lo que es una realidad es que el museo deja mucho que desear. Por ejemplo, comparado con el de Antropología, el de las Intervenciones es, a lo sumo, una mala broma. Antes de entrar al museo yo me imaginaba maniquíes con los uniformes de los ejércitos que invadieron en el siglo XIX al país: por ejemplo, franceses y gringos; si hay cañones y artillería, algunas armas de metal, pero la mayoría de objetos son trapos viejos, estandartes y cuadros de los políticos de aquella época: Santa Anna, Juárez, Maximilano, etcétera. Hay, eso sí, una carroza donde se dice que Juárez tuvo que ir a Paso del Norte (actual Ciudad Juárez) cuando la capital estaba ocupada por el ejército francés, pero hasta ahí.
Durante mi recorrido observé a varios púberes a los que quizás les habían encomendado en sus escuelas ir a darse una vuelta al museo para hacer una redacción. En muchas ocasiones los policías que cuidan las salas, les llamaban la atención por agarrar los trapos viejos que ahí se exhiben. Unas jovencitas hasta “ternura” me dieron cuando tenían que leer el American Star, un periódico que se imprimía bajo el gobierno del General Winfield Scott en la Ciudad de México. Estas chamaquitas que a leguas se veía que no sabían leer en inglés (ni mucho menos el inglés del siglo XIX) tenían la consigna por parte del profesor, o al menos eso escuché, de llevar cuatro notas del mentado periódico como tarea. Pude haberlas ayudado, pero la verdad me da flojera pensar que sí de entrada nos quejamos de que la educación en México anda por los suelos, mal hubiera hecho un servidor en ayudarles y ponerles en bandeja de plata la tarea encomendada, así que sólo me dediqué a ver el periódico de marras el cual está conservado bajo un cuadro enmarcado con vidrio.
Las salas están divididas en cuantas intervenciones tuvo nuestro país en ese siglo: intervención española, francesa, estadounidense, francesa de nuevo, estadounidense otra vez y ciertos aspectos de la influencia de la Corona Española, la cual tuvo mucho que ver para que a nuestro México, Lindo y Querido lo trataran cual Polonia “tiro por viaje” (los polacos siendo invadidos una y otra y otra vez por suecos, rusos y alemanes a lo largo de su historia).
No sé cuándo inagurarían el museo pero los textos me hacen suponer que fue en la era pre-Salinas de Gortari, cuando los gobiernos priístas hacían ver a esos países como verdaderos monstruos (que lo siguen siendo en la actualidad, ahí están los E.U. que supuestamente invadieron Irak para buscar armas químicas y que lo único que hicieron fue una infamía en contra de ese país, o los franchutes que siguen contaminando el globo con pruebas atómicas allá en el Pacífico) que se aprovecharon de nuestro débil país.



Lo que sí tengo que destacar es que el museo es un remanso de paz, parece monasterio, no se escucha ruido alguno y si alguien desea escapar al infierno cotidiano de la ciudad ahí puede sentarse en su jardín por un buen rato.
Otra de las cosas que esperaba encontrar era la bandera de batalla del ejército francés derrotado el 5 de mayo de 1862, en la famosa Batalla de Puebla, pero supongo que al ilustre General Zaragoza cuando le dijo a Juárez que “las armas nacionales se habían cubierto de gloria” ni por asomo se le ocurrió despojar al ejército franchute de su bandera de guerra (o quizás sí, pero algún canijo se la agarró y la vendió por ahí).
En fin. No sé si al gobierno le interese seguir con el museo. Para lo que vi ahí, la entrada de 38 pesos no vale la pena. Además si algo no le interesa a países como México y Estados Unidos es recuperar esa memoria histórica. Eso no solamente dicho por historiadores mexicanos, sino también por catedráticos de Estados Unidos. Si me animé a ir a ese museo fue por un libro muy bueno que me compré hace unos 4 años (“Tan lejos de Dios, la guerra de los Estados Unidos contra México, 1846-1848", escrito por John S.D. Eisenhower, hijo del General Eisenhower, héroe de la Segunda Guerra Mundial y el último presidente calvo de la Unión Americana, editado por el Fondo de Cultura Económica en el 2000).
El libro, dicho sea de paso y pese algunos errores, es muy bueno. Simple y sencillamente nos dice que la guerra de Estados Unidos contra México tenía que darse tarde o temprano debido a las ambiciones de nuestro vecino del norte.
Y las reflexiones llegan. A nadie, ni al mismo Santa Anna, pueden achacársele tantos errores en la administración del país en el siglo XIX. Es obvio que la corona española metió una y otra vez la pata en salvaguardar las fronteras durante todo el Virreinato. Para colmo de males, los españoles tuvieron la grandiosa idea de expulsar a los jesuitas en el siglo XVIII, dejando todos esos terrenos dejados “a la mano de Dios”. De las otras intervenciones, aparte de la profunda división que existía en México (federalistas vs. centralistas, conservadores vs. liberales, PRD, PRI y PAN, ¡ah no!, perdón, eso es en este siglo), del predominio del clero y el ejército en cuestiones políticas y a que teníamos unas fuerzas armadas de juguete (hasta la fecha), pues Napoleón III quizo emular al primero de la dinastía convirtiendo a México en una especie de Indochina Francesa. Con lo que no contaba es que los franceses estaban descontentos y el dinero que servía para mantener a los soldados en México les hacía falta allá, así que tuvo que dejar al mandilón de Maximiliano más expuesto que un chavo fresa ante una pandilla de maleantes. El “Bomberito” Juárez ni tardo ni perezoso, le pidió ayuda a los gringos para retomar el poder.
Siento que mucho del carácter de los mexicanos en su desconfianza hacia el extranjero se debe a todos los hechos antes descritos. Debe haber sido muy humillante para los mexicanos de la época ver la bandera de las barras y las estrellas en pleno Zócalo e indignante tener a un “títere” del Imperio Francés como presidente (vamos, para títeres los nuestros, como el Felipillo Calderón). Por eso quizás siempre se le ve al “güero extranjero” con cierta desconfianza y hasta con admiración. Es por ello también que me da “pena ajena” cuando la gente sale y celebra el Día de la Independencia con banderitas tricolores, siendo que deberían salir a la calle con banderitas de los Estados Unidos y la República Popular China.
En fin, creo que habrá tiempo para visitar otro museo que tenga más diversidad.

PD. A raíz de que coloqué la foto de Britney Spears sin calzones el número de hits en este blog se disparó. ¿Quién dice que el sexo no vende? Vende y vende muy bien.